miércoles, 25 de mayo de 2011

Espacio de publicidad


Me está costando bastante escribir. He tenido, en este último tiempo, “ráfagas” de voluntad blogueril, que se van tan prontamente como llegan, sin dejar un título siquiera. Me ganó la inmediatez twittera, el torbellino fugaz de mensajes inconexos. Cosas de la vida, che…

Pero anoche veía el ¿debate? en 678, leía paralelamente los comentarios en Twitter, y quisiera parar la pelota. Poder escribir un poco más que 140 caracteres.

Varios blogs plantean también este tema, pero quisiera detenerme especialmente en la figura de Beatriz Sarlo, quien representó, anoche, a la “intelectual antikirchnerista “ que se dignó a levantar el guante y sentarse a discutir en un escenario hostil, mucho más hostil que los que habitualmente acepta (Clarín-Revista VIVA en otros tiempos, Diario La Nación). Y considero que se le está teniendo demasiado respeto.

Sarlo ha sido, durante los últimos 30 años, una “investigadora rentada”. Ha cobrado, y cobra, un sueldo del Estado por pensar. Más allá de los sueldos y pagos por publicaciones, conferencias y notas de diarios, cobra un sueldo (ahora jubilación) que bancamos todos, por pensar.

Y en esos 30 años, no ha logrado madurar, a mi gusto, un aparato conceptual que le permita abordar coherentemente su trabajo, que es analizar la realidad. Es decir, en 30 años, no logró descular cómo se usa el martillo para colocar el clavo. Y si lo logró, se encarga perfectamente de usar el martillo al revés, y tratar de golpear con el mango, de manera deliberada.

Porque los errores conceptuales cometidos por la sra Sarlo, que no es una periodista, ni es una oficinista que oficia de bloguera, sino una investigadora que dedica todo su tiempo a estudiar, analizar, a escribir y por eso COBRA, no me permiten pensar otra cosa. Más aún sabiendo que perteneció y pertenece a usinas intelectuales socialistas, a los llamados gramscianos argentinos, encargados de reintroducir al viejo tano en plena primavera alfonsinista, que fue la persona a la que se le encomendó la traducción de uno de los textos más estudiados de Bourdieu (El oficio del sociólogo)- tarea que nunca completó, por cierto-

Plantear, alegremente como planteó, que el 70% de la población no habla de política es un papelón. (y no hablo de la politización de la sociedad, específicamente, sino de la concepción reducida de “política” que adoptó, en este segmento, Betty la fea)

La idea de elite generalizada (desconociendo la puja por el sentido, el discurso hegemónico y la construcción de sentido común –los huesos de Gramsci se revuelcan de risa!-) y la ignorancia deliberada a las relaciones de poder, los sectores económicos, las corporaciones mediáticas (de las que participa, aportando en esa construcción de sentido) me sugieren una pobreza conceptual tan profunda, que hasta me darían lástima, si no recordara la cara de vinagre y la soberbia con el que levantaba el dedito para hacer callar a los participantes de la mesa. Esa impostura intelectual, ese asumirse en un lugar diferenciado del resto, es irritante. Sé también que puede sonar irritante esto que escribo, pero demasiado respeto por esa señora he percibido, y este respeto no es recíproco. Su profundo desprecio a lo popular, su concepción elitista la llevan afiebradamente, a cometer deslices permanentes. Quiere entender, pero no puede. Se hace presente en cada acto popular, en marchas, para participar, como observadora de “eso” que se le escapa de la comprensión. Porque tal vez, lo que debería hacer, es tratar de trabajar con otras herramientas. Dejar el martillo y agarrar la pinza, por ejemplo. Dejar a Gramsci, Deleuze, Foucault, Bourdieu, y tomar a otros autores (no voy a nombrar los que se me ocurren en este momento, soy gurka pero no tanto) y tal vez así, pueda seguir escribiendo, en la dulce ancianidad, sin contradicciones, cambiando la cara de amarga y convirtiéndose en una dulce viejecita que lee la revista Viva, juega al té canasta, y recuerda los años dorados del alfonsinismo, donde lo popular no olía a chorizo, los negros no se animaban a tanto, y se soñaba con un sindicalismo blanco, alfonsinista, ordenado y disciplinado

Hace poco murió David Viñas. Viñas fue uno de los últimos Profesores (las pocas notas periodísticas se encargaron de reconstruír su obra literaria, yo rescato su tarea docente) Una clase de Viñas era una misa. Nunca escuché tanto silencio en una clase. Tanto apasionamiento, tanta idea movilizada. No estudié letras, pero estar en la facultad y no ir a una clase de Viñas me parecía una herejía. Tenía la oportunidad que muchos no tuvieron, y debía aprovecharla. Y todavía la recuerdo. También fui a clases de Sarlo. Y además del aburrimiento, de la chorrera de conceptos vacíos, no recuerdo nada. Viñas murió siendo Profesor. Sarlo decidió retirarse al gabinete de los investigadores, cambiando de Universidad cuando en “su” facultad asumió la gestión “la barbarie”( Es decir, un decano peronista) No lo soportó, y encubrió con un manto ideológico un pase suculentamente comprado a una institución menos hostil (tal vez leyó al viejo Kuhn, quien recomendaba, a aquellos científicos que no comprendían el nuevo paradigma vigente, dedicarse a estudiar metafísica en los gabinetes de investigación filosófica y no joder)

Sarlo está de gira publicitaria, vendiendo su nuevo libro. No es más que eso. Comprarlo o no comprarlo, esa es la pregunta. La otra, ¿para qué?