A m i amigo René Orlando
Me enteré por Twitter que hoy es el día del antropólogo. Y uno de los temas tradicionales de la antropología son los rituales, las situaciones de pasaje y los símbolos o signos (no vamos a dar una discusión al respecto en este momento, ni ahí) que los representan, exteriormente, en las distintas culturas.
Uno de los textos más famosos y más discutidos al respecto es La Selva de los símbolos de Víctor Turner, donde analiza los ritos de pasaje, los ritos que acompañan cualquier tipo de cambio: de lugar, de posición social, de status o de edad. Y estos ritos de pasaje tienen distintas fases, hasta que el sujeto o el colectivo, alcanza un nuevo estado y adquiere, en consecuencia, nuevos derechos y obligaciones estructuralmente definidos, a la vez que se espera de él (o ellos) un comportamiento acorde a normas y patrones éticos. Pero antes de completar este pasaje, se encuentra un período liminar, punto intermedio entre dos posiciones. Durante la fase “liminal” del proceso ritual, las categorías de la vida normal tienden a disolverse. La persona “liminal” no posee status o ubicación en la estructura social, está, casi, en un estado marginal.
Mi bisabuela llegó de Galicia antes de que finalizara el siglo XIX.
Sola, con menos de 15 años, se “colocó” en una casa de familia, como tantas otras mujeres jóvenes y pobres, limpiando, lavando, criando hijos ajenos.
Algunos años después conoció a un joven cocinero francés, de quien se enamoró.. Su vida mejoró notablemente, tuvo y crió a sus propios hijos, imaginaron una vida juntos, compraron una casa grande, un negocio, algún local para alquilar. Y de pronto el bisabuelo Esteban murió. Viuda, y con sus hijos aún chicos tomó una decisión drástica: vendió el negocio, los locales y sólo se quedó con la casa. Con el producto de la venta compró la mejor bóveda que le ofrecieron, muy grande y cerca de la puerta principal del cementerio. Allí estaría su esposo.
Cada 24 y 31 de diciembre, se vestía, compraba flores e iba a la bóveda, a “festejar” con él. Vistió de negro hasta los noventaypico, cuando también pasó a ser parte de la bóveda. Nunca volvió a casarse, ni a tener una pareja. Fue viuda por siempre. Siempre al margen, siempre con el signo de su liminalidad.
Hace algunas semanas, llama mi mamá . Me recuerda que había sido yo quien firmó todos los papeles cuando murió mi papá, hace 7 años. Y ahora, había decidido (el tiempo transcurrido lo permitía) desenterrar a mi papá y cremarlo, como habían hablado hace más de 20 años, en una tarde de mates y conversaciones ridículas. Y yo debía volver a ser la “responsable”.
La muerte de mi viejo también fue repentina: infarto masivo, sin aviso ni anestesia. Simplemente cayó cuando llegaban de trabajar juntos, como los últimos 30 años. En ese momento, nos dejó mudos a todos, sin capacidad de pensar y decidimos un entierro simple, sin velorio, ya que el odiaba realmente todos los ritos funerarios. Pero mi vieja sintió que había faltado a la promesa (que mi hermano y yo desconocíamos!) de tirar sus cenizas en el río.
Nunca imaginé que pasaría por esa situación, y desde el llamado, se me abrió el arcón del pasado, no podía dormir, soñaba situaciones ridículas, recordaba personajes de mi infancia…. Finalmente llegó el día, uno de los más tristes y fuertes de los últimos tiempos. Mi vieja no paraba de hablar desde la noche anterior, quiso presenciar todo el procedimiento, y si mi hermano no la retiene, estaba dispuesta a agarrar los huesos. Cuando entregaron la cajita, la llevó abrazada hasta el final, hasta que, con las cenizas, liberaba toda la angustia y el llanto. Mi mamá no vistió luto, no usó ropas negras, viajó mucho, sigue trabajando (sola) se compró una notebook, tiene Facebook, pero estos 7 años, guardó, para sí, un enorme dolor que se puso “en acto” frente al río, cuando cerró tardíamente un proceso muy largo y penoso
No creo en los duelos impostados. Guardar luto, llorar, viajar, son formas de atravesar el espacio entre la presencia y ausencia de los seres queridos. Y de empezar a reconfigurar nuestras vidas, nuestras relaciones con los otros y con nosotros mismos cuando esa ausencia se instala Y cada uno, tiene formas distintas de hacerlo, y distintos tiempos. Y todas son respetables, aunque no comprendamos.