"Lavinia piensa en el sexo color de níspero y se pregunta por el amor.
El tiempo no transcurre: ella y yo tan lejanas podríamos conversar y entendernos en la noche de luna alrededor de la fogata. Innumerables las preguntas sin respuesta. El hombre se nos escapa, se desliza entre los dedos como pez en río manso. Lo esculpimos, lo tocamos, le damos aliento, lo anclamos entre las piernas y aún sigue distante cual si su corazón estuviese hecho de otro material. Yarince decía que yo quería su alma, que mi deseo más profundo era soplarle en el cuerpo un alma de mujer. Lo decía cuando le explicaba mi necesidad de caricias, cuando le pedía manos suaves sobre mi cara o mi cuerpo, comprensión para los días en que la sangre manaba de mi sexo y yo andaba triste, tierna y sensible como una planta recién nacida.
Para él, el amor era puique, hacha, huracán. Lo apaciguaba para que no le incendiara el entendimiento. Le temía. Para mí en cambio, el amor era una fuerza con dos cantos: uno de filo y fuego y otro de algodón y brisa.
Mi madre decía que sólo a la mujer le había sido dado el amor; el hombre conocía apenas lo necesario. Los dioses no habían querido distraer su fuerza. Pero ya había visto hombres enloquecidos por el amor y podía decir que hasta Yarince, por conservarme a mí a su lado, había incurrido en reprimendas de sacerdotes y sabios. No podía aceptar, como mi madre, que llevaran dentro de sí sólo la obsidiana necesaria para las guerras. Me parecía que ocultaban el amor por miedo de parecer mujeres."
Gioconda Belli- La mujer habitada
El tiempo no transcurre: ella y yo tan lejanas podríamos conversar y entendernos en la noche de luna alrededor de la fogata. Innumerables las preguntas sin respuesta. El hombre se nos escapa, se desliza entre los dedos como pez en río manso. Lo esculpimos, lo tocamos, le damos aliento, lo anclamos entre las piernas y aún sigue distante cual si su corazón estuviese hecho de otro material. Yarince decía que yo quería su alma, que mi deseo más profundo era soplarle en el cuerpo un alma de mujer. Lo decía cuando le explicaba mi necesidad de caricias, cuando le pedía manos suaves sobre mi cara o mi cuerpo, comprensión para los días en que la sangre manaba de mi sexo y yo andaba triste, tierna y sensible como una planta recién nacida.
Para él, el amor era puique, hacha, huracán. Lo apaciguaba para que no le incendiara el entendimiento. Le temía. Para mí en cambio, el amor era una fuerza con dos cantos: uno de filo y fuego y otro de algodón y brisa.
Mi madre decía que sólo a la mujer le había sido dado el amor; el hombre conocía apenas lo necesario. Los dioses no habían querido distraer su fuerza. Pero ya había visto hombres enloquecidos por el amor y podía decir que hasta Yarince, por conservarme a mí a su lado, había incurrido en reprimendas de sacerdotes y sabios. No podía aceptar, como mi madre, que llevaran dentro de sí sólo la obsidiana necesaria para las guerras. Me parecía que ocultaban el amor por miedo de parecer mujeres."
3 comentarios:
Vengo del post de arriba, hágase extensivo el comentario sobre Gioconda Belli para aquí abajo.
El chiste(?) no lo conocía. Creo que el botón de los zapatos es exageradamente pequeño ¿no?
Usted conoce a las mujeres! No sólo el botón, cualquier armario es pequeño para ellos!
Otra vez, bellísimo.
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