Mirando la Tierra (y la luna) desde el Messenger, no vemos a la Tierra, no nos damos una idea de qué es la Tierra. No imaginamos, ni por casualidad, que en ese foco iluminado, en esa lamparita que brilla en la oscuridad hay mares, hay montañas, pirámides y palacios, cavernas solitarias. Que en ese punto perdido en un oceano de puntos hay un pezón que se estremece ante la lengua que lo acaricia, un anciano que sufre, unas tripas que chirrian de hambre, un grito de placer y un gemido de terror ante el fusil que lo apunta.
Mirando la Tierra desde el Messenger no vemos un museo que exhibe cuerpos humanos de 5.000 años, no vemos la obra de un artista loco que imaginó el dolor, ni al chico que guarda bajo la almohada su primer diente de leche esperando la moneda del ratón, o al otro que le pide a una señora con lunar peludo una moneda para comer, no vemos a una mujer blanca que pare un hijo negro.
No se ven los gestos de aprobación, ni el vómito de un borracho, ni el ciego que quiere cruzar la calle, ni las miserias, los grandes amores, las causas justas, las guerras injustas.
Me pasa que a veces, abriendo post como
este, de Il Corvino, me agarra como un vértigo. A veces , leyendo por ejemplo "Además de la retórica (que tanto celebro, que tanto disfruto, que ya me rompe un poco las pelotas) debería haber una estrategia que dé la impresión de una gestión para el pueblo, no sólo para los que entramos a la página de la Presidencia de la Nación a ver los nuevos trajecitos que se puso Cristina. Algo que vaya más allá del panfleto lineal e ideal de los fines de semana en el fútbol para todxs. Y si es posible (pero eso ya es pedir demasiado) que ese funcionamiento ejecutivo sea rea” me pregunto, si mirar la vida desde una pantalla, partcipar de guerras virtuales, especular con estadísticas, argumentar contra los miserables no es similar a fotografiar la Tierra desde el Messenger..
Me pregunto qué es la política. Qué debe hacer quien se dedica a la política. Elegir a Clarin como enemigo y descargar todos los fuegos el fuego contra él, desempolvar historias siniestras, presentear informes de papel (Prensa),
reglamentar la Ley de Medios, comunicar, reproducir, multiplicar....
Y la gente? Dónde está la gente? Dónde está la mujer que ahora le puede comprar unas zapatillas a su hijo porque recibe la Asignación Universal? Dónde la parejita que puede entrar a su casa construída con ladrillos de adobe? Dónde los pibes que militan en un barrio de calles de tierra, o alfabetizan a ancianos desdentados?
Pelear con un funcionario PRO por twitter no cambia la correlación de fuerzas. No le soluciona la vida a un enfermo ni le arranca una sonrisa a una maestra. Puede sí, de acuerdo al tamaño del exabrupto, salir publicado en un medio escrito, ser leído por otros funcionarios, y por algún que otro twittero, pero luego, indefectiblemente servirá para encender el fuego del asado, o terminara mezclado con restos de yerba y colillas de cigarrillo en una bolsa de Coto.
Salir a la calle, tomar el cielo por asalto, embarrarse a carcajadas, tocarse, escucharse, sentirse junto a otros es otra cosa. Es la foto de un amigo concreto, es el desfrute de los sentidos.
Por eso no me gustan los centros culturales que se abren en los barrios marginales. No me gustan porque se piensan para “sacar a los pibes de la calle, de la droga, del alcohol” Pensamos que todos los pibes son borrachos y drogones, entonces? No estamos partiendo al revés? Prefiero las canchas de fútbol, al aire libre, las plazas... porque sacan a los pibes “a” la calle, porque salir a la calle está bien, es saludable, y nos pone en contacto.
Está bueno tener la foto de la tierra desde el Messenger: da idea de la inmensidad en la que flotamos y de la insoportable finitud de nuestra propia existencia (y del vermichelli ni te digo!) pero, para no perder perspectiva, y no caer en la angustia existencial de nuestra insignificancia, necesitamos tocar el cabello de nuestros hijos, oler el pasto mojado, alcanzarle una taza de azucar a nuestro vecino y salir a la calle para festejar, para reclamar, para elegir y pensar con los pies en la tierra (y en el barro) y concretar con acciones mínimas (y no tanto) nuestro deseo.