lunes, 20 de septiembre de 2010

Blogs que vienen, blogs que van

Después de varios días sin postear, pensaba en lo difícil que me resulta retomar el vicio.

Porque cuando uno viene con la cosa más o menos aceitada, con cierta regularidad de posteo, se sienta ante el tecladoy escribe sin demasiadas vueltas. No se siente el “peso” de escribir algo coherente, importante, que merezca la pena el retorno.

Pero sucede (me sucede) que cuando ando floja de tiempo, sin escribir, sin leer tampoco mucho, y comentar a las perdidas, viene como un miedito, una parálisis ante la pantalla en blanco.

Qué escribo que no se haya dicho? Por qué debería escribir algo?

Sé perfectamente que no sucedería absolutamente nada si dejara de escribir. Simplemente, quedaría una dirección de Blogger no disponible para otros.
Pero de caprichosa no más, acá me siento, y retomo el juego.

Y pensando justamente en los blogs que pasaron fugaz pero intensamente por el espacio virtual, quiero recuperar un post del maravilloso Blog Wikigasta, que duró muy poco tiempo, mucho menos tiempo que el que su autor, René Orlando, pululó como comentarista sin domicilio conocido. Es una pena que al decidir la apertura y pronto cierre de “su” blog, desaparecieran también sus comentarios
Pego entonces uno de los post de Wikigasta. Uno de los pocos unitarios, ya que se fueron entremezclando historias del pueblo en distintos momentos. Se entretejieron personajes, tiempos, paisajes, sensaciones de manera tan sutil, con escritura tan densa que, vuelvo a decir, es una pena su interrupción. Al que tenga ganas de revolver en esas historias, le garantizo un buen rato de placer.

Tareas de limpieza en un bar
de rene orlando

Dufin se acomodó en el sillón poco convencido. Agarró una porción de pastaflora y la comió despacio, como con miedo de retomar la lectura. Sacó el señador con forma de lagartija, tomó aliento, se puso los antejos de cerca y comenzó:

"Siempre lo olvidamos, pero es necesario tener presente que limpiar bares por la madrugada no es un arte que pueda desempeñar cualquiera. Son pocos los que se animan a entrar a uno de estos lugares después que el último parroquiano se ha marchado. Los prácticos en este oficio dicen que una hora segura para comenzar la limpieza es cuando el gallo cantó dos veces, pero que nunca hay que hacerlo después de que cantó tres. Ignoro el por qué de tal precepto, aunque nunca se me ocurriría averiguarlo.

Pero hablemos de ella. Limpia bares y pertenece a una familia cuya tradición en el oficio se disuelve en las imprecisiones del tiempo. No solo sus padres y tíos limpian bares, sino que los padres de sus padres y los tíos de sus tíos lo hicieron también. Según decía su madre, todas las ramas, hojas y yemas de su genealogía estaban recorridas por la savia de limpiadores de bares. Y que sería así por siempre y para siempre. A ella no le gustaba el oficio y cada vez que podía maldecía la fatalidad que la había puesto en ese lugar. De todas maneras, cada mañana, puntualmente, comenzaba su trabajo.

Primero limpiaba los sectores más sencillos, como el mostrador. Era un lugar que le demandaba dos o tres minutos. Los visitantes permanecían poco tiempo allí y su presencia no tenía muchas posibilidades de dejar algún rastro. A veces, generalmente los jueves, se tenía que detener un tiempo extra. Ese día las colillas apagadas en el suelo decían que había estado la mujer de labios rojos. Por alguna razón que desconocía, esta mujer no iba hacia las mesas y pasaba mucho tiempo en el mostrador. El problema no eran las colillas, sino las salpicaduras verdes que dejaba en el lugar. Eran corrosivas y, si no las sacaba rápidamente con agua de lavanda, terminaban haciendo un agujero en el piso. Alguna vez su abuela, en un bar jujeño, había limpiado salpicaduras de ese tipo. Decía que las dejaba una mujer que hacía veinte años que iba en vano a esperar a su amante tahúr. Tal vez se trataba de otra mujer y de otro amante. La espera era la misma.

Luego seguía con el espejo grande que estaba detrás del mostrador. Era uno de los lugares que más trabajo le daba. En él se pegaban todas las miradas tristes de la noche. Su tarea era sacarlas para que no vuelvan a sus dueños. Las miradas en el espejo formaban una especie de capa oleosa y densa. Para despegarla era necesario el uso de la espátula de carey que le había regalado su padre. La sustancia era transparente. Ella, con un cuidado especial, la iba depositando en una cajita de plástico opaco. Más tarde tendría tiempo para disolverla con jugo de manzana y tirar el líquido por el resumidero. Con el espejo tenía que tener dos cuidados especiales. El primero era evitar que alguien se apodere de la solución con gusto a manzana. Era un veneno mortal. El segundo consistía en limpiar el espejo sin que sus ojos se posen sobre sus ojos reflejados. Su mirada podría quedar pegada, nadie sería capaz de sacarla y la perdería para siempre.

El marco del espejo tiene una particularidad. Allí crece una enredadera cuya semilla fue una lágrima de hombre abandonado por su mujer la noche de un martes de luna en cuarto menguante. Estas son de las peores. Una vez que brotan no hay forma de sacarlas. Ella se tiene que limitar a podar las hojas tiernas que crecen durante el día con una tijera de costurera. El problema es que las raíces no se pueden arrancar. Acá ya habían tomado el interior del marco del espejo y gran parte de los ladrillos de las paredes del bar. Si no se demuele a tiempo el edificio, digamos, en un par de años, las raíces llegarán al suelo e invadirán toda la tierra con radical naturalidad. Y todo terminará. ¿Pero quién se anima a decírselo al posadero?

Las sillas son de madera. Una mala elección por parte del dueño del bar. La madera, de cualquier tipo, absorbe pesadillas como una esponja. Entre la gente común y corriente los recuerdos tumultuosos son disueltos durante el sueño. Esto es una cuestión de higiene, los mantiene cuerdos o algo así. Pero los visitantes nocturnos duermen poco, acumulan pesadillas. Estas son absorbidas por la madera y, por efecto de su densidad, comienzan a descender por las patas de las sillas. La fuerza de gravedad hace su trabajo. Si llegan a alcanzar el suelo se evaporan en el aire formando un gas que hace estornudar a los parroquianos. Es así como se pierden clientes, cosa que ningún posadero quiere en estos tiempos tan difíciles. El gas es inofensivo, como las pesadillas. Pero molesto, como la materia de esos sueños. Es importante, entonces, que las sillas estén patas para arriba durante el tiempo justo. Como la arena de un reloj, las pesadillas van y vienen en su interior. Si tiene cuidado y puntualidad, no saldrán nunca de ese lugar. Y ella conservará el trabajo.

Para el final dejaba las paletas del ventilador de techo, allí crecen lianas desesperadas. No se sabe como llegan a ese lugar centrífugo, pero es conocido que se alimentan del alquitrán de humo de cigarrillo. Ella las arranca, pero vuelven a crecer. No tienen raíces, no tienen flores, no tienen semillas, son un auténtico misterio para la ciencia. Ella sostiene que sus esporas están en el ambiente y que es necesario desinfectar espolvoreando con limaduras de hierro. El dueño nunca le prestó atención. El problema no son las lianas en si, ya que nunca llegan a tocar la cabeza de quienes concurren al bar. El problema son los sueños de marineros turcos que, en cuanto pueden, se anudan las lianas al cuello y saltan al vacío. Ella después, con poco cuidado y mucho asco, tiene que descolgar sus cuerpecitos ya fríos y ponerlos en cajas de fósforos vacías para que el posadero los entregue a sus dueños.

Luego de barrer algunos pétalos de olvido, que nunca faltan, y de sacar los cotidianos abrojos de decepción que se adhieren a los manteles, regresaba a su casa. A esa hora el bar estaba casi limpio."

Dejó sobre el posabrazos el libro que le había prestado la Cameron. Bostezó con ganas y buscó el control remoto. El realismo mágico no era para él.

8 comentarios:

Ulschmidt dijo...

Que vuelva Wikigasta y que vuelva Rene Orlando! Adhiero fervorosamente!

Carmela dijo...

Buen escrito de René Orlando.
Pegan duro las semblanzas:
.Las miradas tristes de la noche pegadas en el espejo...evitar reflejar su propia mirada para no perderla...
El poder de los espejos.Mmmmm.....
.Las raíces que no se pueden arrancar...
Pétalos de olvido,de decepción, sueños de marineros ....

Buenísimo!!!

PÁJARO DE CHINA dijo...

La novela en proceso de René Orlando era formidable. Tenía clima, tenía atmósfera, tenía densidad. Esa historia tiene que seguir. René Orlando, volvé. Un abrazo, Laura.

vodka dijo...

yo quiero que vos estes, porque para mi si vos faltas, se me fue una gomia. y vos sabes que los gomias que faltan (aunque no sea tan dramatico no postear como no estar de verdad) nunca se reemplazan.
buen texto el del amigo rene orlando ¿se enterara de que lo recuperaste
feliz primavera.

Laura dijo...

Don U: Contaba con su adhesión, hombre!
Carmela: Sí, es buenísimo, y sería buenísimo también que volviera a escribir!
Pájaro: También contaba con tu adhesión! Un abrazo
Nilda: Pero gracias! No creo que se haya enterado, pero igual lo intentamos
Feliz primavera!

Un abrazo a todos

mariajesusparadela dijo...

También yo lo seguí un tiempo.
Es hermosa su forma de escribir.

En cuanto a ti, Laura nadie dirá nunca las cosas como tu las dices, aunque hable del mismo tema que tu. Por eso estoy yo aquí. Porque me gusta lo que dices y cómo lo dices.

Laura dijo...

María Jesús: Me hacés emocionar! Vos decís las cosas de una manera tan clara, tan fresca siempre, que nos transportás a Paradela sin necesidad de visa! Un abrazo Grandote

El Canilla dijo...

Comparto. Que vuelva Orlando !!. Sufro el problema del horror al vacío yde la falta de tiempo para sentarme a disparar la escritura. Ud siempre le encuentra la vuelta en forma no repetitiva, señora.