domingo, 14 de noviembre de 2010

Copias baratas

Uno puede soñar con muchas cosas. Una de las cosas posibles es escribir, escribir bien. Pero la realidad es cruel, si uno no se engaña. Así que, sincerándose, mirando la imagen deformada que nos devuelve de uno mismo la pantalla, se conforma con reproducir, letra por letra, lo que alguien ha escrito inmejorablemente. Otros lo han traducido mejorablemente (Cómo me irritan estas malas traducciones!
Así que, esta tarde sólo puedo aspirar a que lo lean, y se queden tan, tan.... no sé qué palabra usar, sólo se me ocurren palabras rebuscadas, sin sentido para dar cuenta del sentimiento que inspira esta escritura tan extraordinariamente sencilla e impresionante...


Joven con la mano en la Barbilla

Entró en la habitación llena de gente con una arrogancia casi bizantina, como la emperatriz Teodora de Raven. Sabía que, para las personas como ella, la autodefensa empezaba con la exclusión de toda posibilidad de que se tomaran libertades. Y dejaban inconfundiblemente clara esta exclusión tanto en su expresión como en su aplomo.
Digo “personas como ella” porque era concertista, porque era una emigré, y porque, cuando bailaba, sus largas y pesadas faldas le caían desde las caderas en una forma bíblica, que a uno le recordaban a generaciones de mujeres sin fin.
La había educado su abuela, una campesina ucraniana. De ella había aprendido a matar las gallinas, a alimentar las ocas y a cuidar de sus ansiosos progenitores, concertistas ambos, de violoncelo el padre y de piano la madre.
Bajo la tutela de su abuela, a los doce años había adquirido ya la confianza de un adulto. A los trece tuvo su primer novio.+Podía pasarse un mes contando historias. Tenía un pozo sin fondo de ellas, además de las de su abuela. Divertidas, verdaderas, falsas. Las historias revelaban todas que el mundo está hecho de gente que, como los pájaros en los malos inviernos, necesita ser alimentada de una forma u otra. Algunos eran cuervos. Otros eran pinzones. Cuando se ponía a contarlas se encorvaba como una anciana pelando las patatas para la sopa. Su risa, y sólo se reía cuando lo hacían quienes la escuchaban, era leve y argentina.
Concentrada en la penúltima sonata de Beethoven, la sonrojaba el esfuerzo de tocar y sudaba como una campesina. Nunca más podré separar el dramatismo de esta sonata del olor, como la hierba seca, de su sudor.
Una vez empecé a dibujarla, justo después de haber estado practicando. El piano estaba todavía abierto, y ella estaba sentada cerca. Clavé los ojos en ella y esperé. El impulso para dibujar parte de la mano, no de los ojos. Tal vez del brazo derecho, como en el tiro al blanco. A veces pienso que todo es una cuestión de puntería. Incluso tocar el Opus 110
Su ojo izquierdo se le va a veces y muestra un leve estravismo. En ese momento, esa leve asimetría fue lo más precioso que ví. Si pudiera tocarla con mi carboncillo, colocarla, sin nombrarla…
Por supuesto, ella sabía que la estaba dibujando. Y envió algo que dieraen mi objetivo. Si no erraba el tiro y lo que había enviado tocaba ese objetivo mío, había una posibilidad de que saliera un buen dibujo.
Nunca he sabido en qué consiste el parecido en los retratos. Puedes ver si lo hay o no, pero siempre será un misterio. Por ejemplo, en las fotos no hay nada semejante al “parecido” de los retratos: es algo que ni siquiera se plantea en el caso de la foto.. El parecido no tiene mucho que ver con los rasgos o con las proporciones. Es, tal vez, lo que absorbe un dibujo cuando dos objetivos se tocan con la yema de los dedos.
Poco a poco la cabeza pintada en el papel se fue acercando a la de ella. Sin embargo, supe que nunca estaría lo bastante cerca, pues, como puede suceder cuando dibujas, había llegado a amarla, a amar todo en ella, y nungún dibujo, por bueno que sea, alcanza a ser algo más que una huella.
Mientras estábamos allí sentados me contó un chiste acerca de los habitantes de un pueblo, que eran tan avaros que cuando se iban a la cama paraban los relojes de sus casas para que les duraran más.
Emprecé a tener la sensación de que la evolución de su retrato se correspondía con otra evolución. Cada marca o cada corrección que hacía en el papel era como algo que se le hubiera legado antes de nacer. El dibujo era una especie de máquina de dragar el tiempo. Y sus huellas eran hereditarias, como los cromosomas.
Te nombro mi segundo padre, dijo ella exactamente en ese momento.
Dibujé la mano sujetando la barbilla.
Finalmente salió una especie de retratao, la mayor parte borrado, y para mí terminado, así que se lo dí.
Primero lo miró como la emperatriz Teodora. Luego, conforme lo examinaba, fue volviendo completamente a su ser, a sus veitiún años.
¿Me lo puedo quedar?
Sí, Anyishka.
Dos días después regresó a Odessa con su retrato, y yo guardé esta fotocopia.
John Berger. Fotocopias.

4 comentarios:

rene orlando dijo...

Vamos Laura, Ud escribe más que bien. Un abrazo.

Anónimo dijo...

no se haga la modesta

ayj

mariajesusparadela dijo...

Estoy de acuerdo con los dos comentarios anteriores. Pero ese texto relumbra.

ARO dijo...

Escribes bien, y además lo importante es el contenido; el continente se va mejorando con la práctica.