Noche gozosa en El Cairo. ¡Qué bendición, ser egipcio y árabe! Cantan en la Plaza de Tahrir: "¡Egipto es libre"!, "¡hemos ganado!".
El solo derrocamiento de Mubarak (y la recuperación de los 40 mil millones de dólares saqueados al tesoro nacional), aunque no hubiera ulteriores reformas, ya sería considerado en la región y en Egipto como enorme triunfo político. Liberará nuevas fuerzas. Una nación que ha sido testigo de movilizaciones de masas y de un enorme crecimiento de la consciencia política popular no puede ser fácilmente aplastada: Túnez lo demuestra.
La historia árabe, a pesar de las apariencias, no es estática. Poco después de la victoria israelí de 1967, que significó la derrota del nacionalismo árabe laico, uno de los más grandes poetas árabes, Nizar Qabbani, dejó esto escrito:
Niños árabes,
Mazorcas del futuro,
Vosotros romperéis nuestras cadenas.
Destruiréis el opio que nubla nuestra mente,
Destruiréis las ilusiones.
Niños árabes,
No leáis sobre nuestra generación sofocada,
Somos un caso perdido,
Insignificantes como monda de sandía.
No leáis sobre nosotros.
No nos imitéis,
No nos aceptéis,
No aceptéis nuestras ideas,
Somos una nación de pícaros y tramposos.
Niños árabes,
Lluvia de primavera,
Mazorcas del futuro,
Vosotros sois la generación que habrá de superar la derrota.
¡Cómo le habría gustado ver cumplida su profecía!
La nueva oleada de oposición de masas acontece cuando no hay ya partidos nacionalistas radicales en el mundo árabe, y eso es lo que ha dictado la táctica empleada: enormes asambleas en espacios simbólicos, en abierto e inmediato desafío a la autoridad. Como si dijeran: estamos mostrando nuestra fuerza; no queremos ponerla a prueba, porque ni estamos organizados ni estamos preparados para ello, pero si nos masacráis, recordad que el mundo está observando.
Esa dependencia de la opinión pública global es conmovedora, pero es también un signo de debilidad. Si Obama y el Pentágono hubieran ordenado al Ejército egipcio despejar la plaza –fuera cualquiera el coste—, los generales habrían probablemente obedecido las órdenes, aun tratándose, para ellos, si no también para Obama, de una operación de alto riesgo. Podría haber divorciado al alto mando de la soldadesca y de la baja oficialidad, muchos de cuyos amigos y familiares se están manifestando, y muchos de los cuales saben y sienten que las masas llevan razón. Eso habría significado un levantamiento revolucionario que ni Washington ni los Hermanos Musulmanes –el partido del cálculo frío— deseaban.
La demostración de fuerza popular ha bastado para desembarazarse del actual dictador, que sólo estaba dispuesto a marcharse si los EEUU decidían quitarlo de en medio. Tras mucha vacilación, es lo que terminado haciendo. No les quedaba otra opción seria. Pero la victoria es del pueblo egipcio; su infinito coraje y sus sacrificios la hicieron posible.
De modo que las cosas terminaron mal para Mubarak y su viejo palafrenero. El fracaso de su envío de partidas de matones de los servicios de seguridad para desbaratar la manifestación y despejar la plaza fue un clavo más en el ataúd. La creciente marea de las masas egipcias, con trabajadores lanzados a la huelga, jueces manifestándose en las calles, y la amenaza de multitudes aún mayores para la próxima semana, hizo imposible para Washington seguir fiándolo todo a Mubarak y a sus amiguetes. El hombre al que Hilary Clinton se había referido como a un amigo leal, y más que eso, como a un "miembro de la familia", estaba amortizado. Los EEUU decidieron contener las pérdidas, y autorizaron la intervención militar.
Omar Suleiman, un viejo favorito de Occidente, era el elegido como vicepresidente por Washington, con el apoyo de la Unión Europa, para supervisar una "transición ordenada". Suleiman siempre fue visto por el pueblo como un torturador brutal y corrupto, como un hombre que no sólo da las órdenes, sino que participa en el proceso. En un documento de Wikileaks aparece un antiguo embajador estadounidense alabando a Suleiman por no ser "blandengue". El nuevo vicepresidente había advertido a la protesta multitudinaria el pasado martes de que si no se desmovilizaba voluntariamente, el ejército estaba preparado: la única opción sería el golpe. Y lo fue, pero contra el dictador al que los militares habían respaldado durante 30 años. Era la única forma de estabilizar al país. No había regreso posible a la "normalidad".
La edad de la razón política ha regresado al mundo árabe. La gente está harta de sentirse colonizada y toreada. Entretanto, la temperatura política está subiendo en Jordania, Argelia y el Yemen.
(*) Tariq Ali nació en Lahore (Pakistán), el 21 de Octubre de 1943. Inició estudios en la Universidad de Punjab, pero ante el temor de represalias, por su postura antigubernamental, su familia le envió a Londres, estudiando Filosofía y Ciencias Políticas en el Exeter College de la Universidad de Oxford. Políticamente, se hizo conocer por sus posturas contra la guerra de Vietnam, y posteriormente contra Estados Unidos e Israel, como miembro del Internacional Marxist Group. Colaboró en periódicos tales como The Guardian, Counterpunch y la London Review of Books, y fue editor de la revista New left Review. Vive en Londres.
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