viernes, 26 de diciembre de 2008

URSULA K. LE GUIN II

PROCLAMA DE UNA EXPEDICIÓN
La extrema dificultad que presentaba el acceso a la literatura de los Pingüinos ha sido por fin subsanada por el empleo de filmadoras submarinas. Gracias a las películas al menos nos ha sido posible repetir y repasar con todo detalle las fluidas frases de tal escritura, hasta el punto de que, con tenaz empeño y paciente estudio, muchos elementos de este elegantísimo y rico acervo cultural han podido ser conocidos, aunque muchos matices (y tal vez la esencia) necesariamente queden ignorados.
Fue el Profesor Duby quien, al apuntar posibles filiaciones del escrito con el Ganso Silvestre hizo realizable la tarea de formular el primero aunque rudimentario léxico pingüino. Así, pues, las analogías con el idioma delfín, que por entonces constituían estudio común, han resultado ser bastante equivocadas.
Verdaderamente, parecía extraño que señales manifestadas casi enteramente por alas, cuello y contorno general pudieran suministrar la clave de la poesía de estos literatos de agua, con su cuello corto y ridículas alas. Sin embargo, opinamos que no debiera parecer tan extraño si consideramos, a despecho de cualquier grosera apariencia que nos refute, que los pingüinos son pájaros.
Por el hecho de que los escritos pingüinos ofrezcan manifiesta semejanza de forma con la literatura delfín, no debemos abandonarnos en manos del prejuicio que la haría también partícipe de una similitud de contenido. Pues realmente ello no ocurre. Hay, de hecho, un idéntico sentido de la agudeza, extraordinarios brotes de humor, rica invención e inimitable gracia. De los miles de culturas literarias que coexisten en el acervo acuático, sólo unas cuantas despliegan el humor sobre todas las cosas, especialmente de manera sencilla y primitiva; y baste como ejemplo la confrontación entre la soberbia elegancia del Tiburón o el Tarpón y el alegre vigor de los escritos cetáceos. La alegría, la fuerza, el humor, son justamente caracteres del elenco literario de los autores pingüinos, sobre todo de muchos de los más fines auteurs focas. Ciertamente, la temperatura de la sangre constituye un nexo a considerar._ ¡Pero, señores, la conformación del útero y el cerebro levantan una indiscutible barrera! Los delfines no ponen huevos. Un mundo de diferencias se encuentra en .este simple hecho. Sólo cuando el Profesor Duby nos hizo reconsiderar que los pingüinos son pájaros, que ellos no nadan sino que vuelan en el agua, sólo entonces, decimos, pudieron los zoolingüistas comenzar a estudiar científicamente, con todo el peso del término, la literatura marina de los pingüinos; sólo entonces, insistimos, los kilómetros de película empleados pudieron ser reexaminados con propiedad y, finalmente, apreciados.
Pero aún pesan sobre nosotros muchas dificultades de traslación.
Un satisfactorio y progresivo paso hacia delante ha sido dado ya en Adélie. Las dificultades de filmación de un grupo cinético en un agitado mar, tan espeso como una sopa de guisantes y plancton, a una temperatura del 31º Farenheit, han sido considerables; pero la perseverancia del círculo literario Ross Ice Barrier ha sido plenamente recompensada con, por ejemplo, la obtención de pasajes tales como «Bajo el iceberg», de la Canción del Otoño – pasaje conocido ahora mundialmente, gracias a la interpretación de Anna Serebryakova, del Ballet de Leningrado. Ningún homenaje verbal puede aproximarse siquiera a la sublimidad desplegada en la versión de Miss Serebryakova. No hay forma de reproducir por escrito la tan importante multiplicidad del texto original, tan bellamente ejecutada por los soberbios coros de la compañía del Ballet de Leningrado.
Evidentemente, lo que designamos como «traslación» más arriba, refiriéndonos al texto de Adélie, no es, si hablamos francamente, sino un compendio de meras notas, como un libreto de ópera huérfano de partitura. La versión del ballet es la versión verdadera. Ninguna palabra puede completarla. Quisiera ahora sugerir, aunque esta sugerencia sea acogida con actitudes de ira o desvergonzada risa, que, para el zoolingüista – tan opuesto al artista y al aficionado –, la cinética acuática del pingüino constituye el campo menos prometedor de su estudio, y menos todavía el correspondiente a los textos de Adélie, con todo su hechizo y relativa simplicidad, atreviéndome a destacar su mediocridad con respecto al Emperador.
¡El Emperador! Anticipo a mis colegas la responsabilidad de esta sugerencia. ¡Emperador! ¡El más difícil, el más arcano de todos los dialectos pingüinos! La lengua de la que el propio Profesor Duby ha subrayado: «La literatura del pingüino emperador es tan prohibida, tan inaccesible, como el mismo helado corazón de la Antártida. Sus bellezas pueden ser celestiales, pero no están a nuestro alcance.»
Posiblemente. No subestimo las dificultades : no al menos las que se relacionan con el temperamento del pingüino imperial, mucho más reservado y ascético que todos los restantes pingüinos. Pero, paradójicamente, yo sitúo mi esperanza en esta característica reserva. El emperador no es solitario sino que, por naturaleza, puede ser calificado de pájaro social, y habita en colonias, como la especie de Adélie, cuando llega la temporada de la reproducción; sólo que esas colonias son mucho más reducidas, mucho más tranquilas que las de Adélie. Los lazos entre los miembros de una colonia emperador son más personales que sociales. El emperador es un individualista. De aquí mi opinión de que la literatura propia del emperador sea solista y no coral, personal y no colectiva; de aquí también que pueda ser trasladada a términos humanos. Admito que puede ser una literatura cinética, en efecto, pero, ¡qué diferencia con esa elástica, polimórfica, vertiginosa literatura coral de los mares! Un concreto análisis, una exacta transcripción pueden ser posibles por fin.
¡¿Y qué?! – dirán mis críticos –. ¿Vamos, sin más, a lanzarnos hasta Cabo Crozier, entre tinieblas y ventiscas, a sesenta grados bajo cero, por la simple esperanza de recuperar la problemática poesía de unos cuantos extraños pajarracos que habitan en esos lugares, en pleno invierno, entre las tormentas de nieve, a sesenta grados bajo cero, posados sobre hielos eternos con un huevo a los pies?
Mi respuesta, señores, es Sí. Pues, al igual que el Profesor Duby, mi instinto me dice que la belleza de esa poesía constituye lo menos terrenal que podemos encontrar sobre la tierra.
A aquellos de mis colegas que se sienten fortalecidos y animados por el espíritu de la curiosidad científica y el riesgo estético, yo les digo que apelen a su imaginación: el hielo, las cortinas de nieve, las tinieblas, los prolongados alaridos del viento. En esa espantosa desolación una pequeña pléyade de poetas permanece agazapada. Están hambrientos, hace semanas que no comen. A los pies de cada uno, bajo cálido techo emplumado, yace un gran huevo que no teme los mortales zarpazos del frío. Los poetas no se escuchan entre ellos, no pueden cruzar recíprocas miradas. Tan sólo siente el calor del otro. Tal es su poesía; tal es su arte. Como cualquier literatura cinética, ésta abandona la palabra y se condensa en el silencio; al contrario que otras literaturas cinéticas, ésta es principalmente inmóvil, tenue, inefablemente sutil. El fruncimiento de una pluma, el imperceptible soplo de un ala; el apenas escaso roce entre cualesquiera de sus partes. Entre la indecible, misérrima indigencia, la afirmación. En el reino de la ausencia, la presencia. En la muerte, la vida.
Señores, he obtenido una considerable subvención de la UNESCO y he organizado una expedición. Todavía tenemos cuatro plazas libres. El viernes zarpamos para la Antártida. Si alguno de ustedes quiere unirse a nosotros, sea bienvenido.
D. Petri

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