EDITORIAL, POR EL PRESIDENTE DE LA SOCIEDAD DE ZOOLINGÜISTAS
¿Qué es el Lenguaje?
Esta pregunta, capital para la ciencia de los zoolingüistas, ha sido contestada –cierto que un tanto heurísticamente – por la misma existencia de la ciencia. El lenguaje es comunicación. Este es el postulado sobre el que descansa nuestra teoría y nuestra investigación, y del que proceden nuestros descubrimientos; y es el hecho que esos mismos descubrimientos ratifican la veracidad del postulado. Pero al enunciar una pregunta, afín pero no idéntica, como qué cosa puede ser el Arte, nos encontramos con una ausencia de respuestas satisfactorias.
Tolstoi, en el libro cuyo título es esa misma pregunta, respondió de manera clara y rotunda : el Arte es también comunicación. Una definición semejante ha sido aceptada, según mi más profundo convencimiento, con excesiva precipitación, sin el menor asomo de revisión y crítica por parte de los zoolingüistas. Por ejemplo, para hacerlo notar de alguna manera, ¿por qué los zoolingüistas estudian solamente animales?
¿Por qué? Porque las plantas no se comunican.
Las plantas no se comunican; esto es un hecho. Por consiguiente las plantas carecen de lenguaje; muy bien; hasta aquí sigue funcionando nuestro axioma de base. Por lo tanto, es obvio, las plantas no tienen arte. ¡Un momento, sin embargo! Esta última aseveración no parte de nuestro postulado básico, sino tan sólo del indemostrado argumento tolstoiano.
¿Qué ocurriría si el arte no fuera comunicación?
¿O qué, si una parte de la producción artística lo fuera y la otra no?
Nosotros, animales en definitiva, capaces de realizar actos, sujetos a dependencias, buscamos (debo decir que con exceso) un arte comunicativo, activo, dependiente; y cuando lo encontramos no podemos menos que reconocerlo. El desarrollo de este poder para detentar, así como la habilidad en las matizaciones, constituye una reciente y gloriosa proeza.
Ante lo cual me permito insinuar que, pese a los prodigiosos progresos llevados a cabo por los zoolingüistas durante las últimas décadas, nos encontramos todavía en el umbral de una verdadera edad del dominio zoolingüista. Por ello mismo no debemos convertirnos en esclavos de nuestras antiguas tesis. Aún no se han abierto nuestros ojos a los vastos horizontes que ante ellos se despliegan. En suma, no nos hemos encarado con el casi terrorífico desafío de la Planta.
Si no en tanto que comunicación, el arte vegetal existe, y ello debe conducirnos a la revisión de algunos de los conceptos de nuestra ciencia y a preparar un competente equipo de técnicos. Pues no es tan sencillo eludir las exigencias críticas y técnicas que, necesarias para el estudio de los misteriosos asesinatos de la Comadreja, el erotismo del Batracio, la saga perforadora de la Lombriz, no son menos imprescindibles para afrontar el arte de la Secoya, la cadencia del Junco y muchas otras.
Esto ha sido irrevocablemente demostrado, paradójicamente, por el fracaso – noble fracaso, sin embargo – de los esfuerzos del Dr. Srivas, de Calcuta, al usar cámaras fotográficas con el objetivo abierto en exposición, a fin de registrar un léxico del Girasol. Su intento fue un desafío, pero condenado a la derrota. Pues su proyecto era cinético – un método apropiado a las artes comunicativas de las tortugas, las ostras y los perezosos. Había observado la extrema lentitud del movimiento de las plantas y sólo a partir de este dato debía ser resulto el problema.
Problema que fue en aumento. El arte que él pretendía descubrir, si realmente existía, era un arte sin comunicación – y probablemente un arte exento de movimiento. Es posible que el Tiempo, ese elemento esencial, matriz y parámetro de todo arte animal conocido, no participe necesariamente del arte vegetal. Las plantas pueden muy bien usar un compás cuyo modelo sea la eternidad. Es algo que desconocemos.
Realmente se trata de algo que no conocemos. Todo cuanto hemos podido averiguar al respecto es que el Arte considerado como vegetal es completamente diferente del Arte animal. Qué es no podemos decirlo, pues todavía no lo hemos descubierto. Aún con cierta inseguridad puedo afirmar que existe, y cuando sea demostrada su existencia y conocida su esencia, ésta no consistirá en una acción sino en una reacción : advertiremos que no se tratará de una comunicación sino de una recepción. Será exactamente lo contrario de cuanto sabemos y podemos identificar. Será el primer arte-pasivo que conozcamos.
Pero, ¿podemos verdaderamente conocerlo? ¿Podemos verdaderamente entenderlo?
La empresa estará llena de dificultades. Ello es obvio. Sin embargo no debemos desesperar. Recuérdese que, incluso en pleno siglo xx, muchos artistas y científicos no creían en la posibilidad de que el Delfín llegara a ser comprendido por el cerebro humano. Una actitud semejante por nuestra parte nos llevaría a ser el hazmerreír de nuestros sucesores, de tal manera que cualquier fitolingüista dirá a algún crítico de estética : «¿Advierte usted que eran incapaces hasta de leer las Berenjenas?». Así, sonreirán ante nuestra ignorancia; y mientras continuarán aumentando sus éxitos, registrando, por ejemplo, la lírica de los líquenes sobre la cara norte de Pike’s Peak.
Y con ellos, o después de ellos, aunque al principio no más que como aventurero osado, aparecerá la figura del geoIingüista, que, ignorando, casi despreciando, el delicado tránsito hacia la lírica liquen, querrá aprehender lenguajes todavía menos comunicativos, todavía más pasivos, enteramente atemporales : la fría y volcánica poesía de las rocas, cada una de las cuales será una palabra lanzada por la tierra desde tiempos inmemoriales, en la inmensa soledad, inmensa confraternidad del cosmos.
Fin.
Nota : No es cierto que las plantas no se comuniquen, se ha comprobado que lo hacen mediante sustancias químicas segregadas por las raíces. Cuando un enemigo ataca a una planta, comiendo sus hojas por ejemplo, esta, segrega un agente químico que detectada por sus vecinas desencadena una serie de procesos defensivos, como la alteración del sabor de las hojas o la secreción de venenos.
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